Las Lágrimas Del Dragón, Cuento Japonés
Lejos, muy lejos, en la profunda caverna de un país extraño, vivía un dragón cuyos ojos centelleaban como tizones ardientes.
Las gentes del entorno estaban asustadas y todos esperaban que alguien fuera capaz de matarlo. Las madres temblaban cuando oían hablar de él, y los niños lloraban en silencio por miedo a que el dragón les oyese.
Pero había un niño que no tenía miedo:
- Taró, ¿a quién debo invitar a la fiesta de tu Cumpleaños?
- Mamá, quiero que invites al dragón.
- ¿Bromeas?, - dijo la madre.
- No, quiero que invites al dragón, - repitió el niño.
La madre movió la cabeza desolada. ¡Qué ideas tan extrañas tenía su niño! ¡No era posible!
Pero el día de su Cumpleaños, Taró desapareció de casa. Caminó por los montes, atravesando torrentes y bosques, hasta que llegó a la montaña donde vivía el dragón.
- ¡Señor dragón! ¡Señor dragón!, -gritó con voz vibrante.
- ¿Qué pasa? ¿Quién me llama?, - pensó el dragón, sacando la cabeza fuera de su enorme caverna.
- Hoy es mi Cumpleaños y mi madre preparará un montón de dulces, -gritaba el niño-. He venido para invitarte.
El dragón no podía creerse lo que oía y miraba al niño gruñendo con voz cavernosa. Pero Taró no tenía miedo y continuaba gritando:
- ¡Señor dragón! ¿Vienes a mi fiesta de Cumpleaños?
Cuando el dragón entendió que el niño hablaba en serio, se conmovió y empezó a pensar:
- Todos me odian y me temen. Nadie me ha invitado nunca a una fiesta de Cumpleaños. Nadie me quiere. ¡Qué bueno es este niño!
Y mientras pensaba esto, las lágrimas comenzaron a descolgarse de sus ojos. Primero unas pocas, después tantas y tantas que se convirtieron en un río que descendía por el valle.
- Ven, móntate en mi grupa - dijo el dragón sollozando- te llevaré a tu casa.
El niño vio salir al dragón de la madriguera. Era un reptil bonito, con sutiles escamas coloradas, sinuoso como una serpiente, pero con patas muy robustas.
Taró montó sobre la espalda del feroz animal y el dragón comenzó a nadar en el río de sus lágrimas. Y mientras nadaba, por una extraña magia, el cuerpo del animal cambio de forma y medida y el niño llegó felizmente a su casa, conduciendo una barca con adornos muy bonitos y forma de dragón.
El Conejo de la Luna
Se cuenta que un viejo peregrino encontró un día un mono, un zorro y una liebre (en ocasiones se cambia el mono por un oso). El hombre, de avanzada edad, se encontraba agotado por su viaje lo cual le llevó a pedir a los tres animales, como favor, que le consiguiesen algo de comida. El mono se subió a un árbol y recogió jugosas frutas, el zorro con su gran habilidad para cazar atrapó un ave y la liebre, con gran pesar, volvió con las manos vacías.
Al ver al viejo con la cara triste y cansada, se sintió culpable. Entonces recogió ramas y hojas secas, encendió una fogata y se lanzó dentro para ofrecerse a sí misma como alimento. El viejo, conmovido ante el trágico sacrificio del pobre animal, reveló su verdadera identidad. Era una deidad de gran poder que recogió los restos de la liebre y los enterró en la luna como monumento a su gesto de solidaridad.
Tarô Urashima - 日本の昔話・「浦島太郎」
"Hace mucho tiempo, en una aldea costera de las lejanas tierras del Japón, existió un pescador llamado Tarô Urashima.
Urashima vivía en una humilde cabaña con su anciana madre, a la que cuidaba con gran cariño. Gran parte del pescado que capturaba en sus salidas al mar, en lugar de venderlo, se lo daba a ella para que pudiera comer. Por eso se esforzaba siempre en pescar todo lo que pudiera y se sentía muy preocupado cuando la pesca era escasa, como le sucedía últimamente.
Cierto día en que Urashima regresaba a casa con las manos vacías, muy afligido por no haber logrado capturar ni un sólo pez y preocupado por no poder darle nada a su madre, le ocurrió una cosa maravillosa. Mientras caminaba por la playa, se encontró de repente con un grupo de pilluelos que estaban maltratando a una pequeña e indefensa tortuga. Le daban patadas, la ponían del revés sobre su concha, e incluso uno de ellos empezó a darle golpes con una vara.
Urashima, sintendo lástima de la tortuga, rogo a los niños que la dejaran en paz y le permitieran devolverla al mar. Pero los niños se negaron.
"¿Devolverla al mar, dices? ¡De eso nada! Esta tortuga la venderemos en el mercado del pueblo".
"En ese caso, vendédmela a mi", respondió Tarô. "No tengo dinero, pero os puedo dar mi camisa a cambio".
Los niños aceptaron el trato, considerando que una camisa vieja y harapienta era mejor que nada, y le entregaron la tortuga a Urashima. Éste la llevó al mar y la puso inmediatamente en libertad. La tortuga, antes de marcharse, asomó la cabeza por encima de la superficie del agua y saludó a Urashima con una reverencia en señal de agradecimiento.
Tras liberar a la tortuga, Urashima regresó a su casa, con las manos vacías pero contento por la buena acción que había realizado.
"Lo siento, madre", fue lo primero que dijo al entrar en casa, "hoy tampoco he podido pescar ni un sólo pez. Y además he tenido que darle mi camisa a unos niños para que dejaran de maltratar a una tortuga."
"Tranquilo", respondió la anciana, "has hecho lo que debías. No te preocupes por no haber podido traerme nada de comer".
"Mañana será muy distinto, seguro que conseguiré pescar muchos peces".
Al día siguiente, Urashima se hizo a la mar en su barca desde antes de que saliera el sol, pero tampoco en esta ocasión consiguió pescar ni un sólo pez. No obstante, en un momento dado, notó que el hilo de su caña se tensaba repentinamente. Al cabo de un momento, apareció sobre el agua la cabeza de la tortuga a la que había salvado el día anterior.
"Tarô Urashima, te ruego que subas a mi espalda", habló la tortuga.
"¿Cómo voy a subirme a tu espalda, con lo pequeña que eres?", respondió Tarô.
Tú no te preocupes y súbete a mi espalda", insistió la tortuga. Y Urashima se decidió a hacer lo que el animal le pedía, y con gran sorpresa suya, al poner los pies sobre el caparazón de la tortuga, ésta se hizo mucho más grande, de forma que podía transportar al pescador con holgura.
Nada más sentarse sobre el caparazón de la tortuga, Urashima se vio envuelto en un profundo y agradable sueño.
Al despertar, Urashima comprobó que se encontraba en un lugar totalmente desconocido. La tortuga le había transportado por las profundidades del mar hasta el maravilloso Palacio del Dragón (Ryûgû-jô). Frente a él, una hermosa princesa (otohime) le saludó.
"Tarô Urashima, espero que hayas tenido un buen viaje y que hayas descansado bien", le dijo la princesa, con voz dulce, mientras le tomaba de la mano. "Yo soy aquella tortuga a la que ayudaste ayer. Siempre que quiero salir al mundo de la superficie, tengo que cambiar de forma. Me convertí en una tortuga y sali al exterior, y tuve la mala suerte de ser capturada por aquellos niños. Seguramente me habrían matado de no haber sido por ti, y quiero darte las gracias por haberme salvado. En agradecimiento, te mostraré las maravillas del Palacio del Dragón. Te ruego que te quedes aquí para siempre."
Y así lo hizo. La princesa sentó a Urashima en una magnífica silla y le ofreció un espléndido banquete, con los manjares más exquisitos que el buen pescador había probado nunca. Después le tomó de la mano y le mostró hasta el último rincón del Palacio submarino del Dragón, un lugar de ensueño repleto de las maravillas más inimaginables.
Urashima pasó tres largos años en el Palacio del Dragón, disfrutando de los más deliciosos banquetes y de la amabilidad de su anfitriona, la princesa, y sus sirvientes. Pero, aunque allí se encontraba muy a gusto, llegó un momento en el que sintió preocupación por su anciana madre, y rogó a la princesa que le permitiera volver al exterior, ya que temía ser castigado por los dioses si no lo hacía.
La princesa aceptó, y como regalo de despedida, le ofreció a Urashima tres preciosas cajitas enjoyadas, montadas una sobre la otra. A continuación, volvió a convertirse en tortuga para transportar a Urashima, que de nuevo iba dormido sobre su caparazón, hasta la playa.
Al recobrar el conocimiento, Urashima se encaminó hasta su humilde cabaña, y cuál no sería su sorpresa cuando comprobó que de ella sólo quedaban en pie algunas vigas podridas y mohosas, como si hubieran llevado ahí centenares de años. Pero no era sólo eso lo que había cambiado, su aldea también estaba completamente distinta y nadie parecía reconocerle.
Urashima, totalmente desorientado y confuso, se acercó a un monje para preguntarle qué había sucedido durante su ausencia, y éste pensó que Urashima le estaba gastando una broma y no quiso creerle cuando le dijo su nombre. El monje le explicó que hace trescientos años había vivido en aquella aldea cierto pescador llamado Tarô Urashima, pero que un día desapareció en el mar mientras pescaba, y nadie volvió a saber nada de él. Se le había dado por muerto e incluso tenía su tumba erigida en el cementerio de la aldea.
Naturalmente, Urashima se encaminó rápidamente a comprobar las palabras del monje, y quedó totalmente abatido al ver que eran ciertas. Se dio cuenta de lo que había ocurrido y al momento le invadió una profunda tristeza. No eran tres años los que había pasado en el Palacio del Dragón como él creía, sino trescientos: un año allí equivalía a cien años en el mundo exterior.
Desolado, Urashima regresó a la playa sin saber qué hacer. En ese momento reparó en que aún conservaba en su poder las tres cajas enjoyadas que le había entregado la princesa, y decidió abrirlas para ver su contenido.
La primera cajita contenía unas blancas alas de grulla. De la segunda salió una espesa columna de humo blanco. Y en la tercera había un espejo, en el que Urashima pudo ver reflejada su propia imagen, la de un anciano de larga barba blanca, en cuya espalda nacía un par de blancas alas.
Gracias a aquellas alas, el anciano Urashima, convertido en una grulla, pudo volar y surcar los cielos libremente.En primer lugar se dirigió hasta el lugar donde estaba su tumba, y la sobrevoló tres veces. Y después se adentró en el mar, y allí pudo ver a una gran tortuga que emergía a la superficie.
Quizás esa tortuga fuera la princesa... "
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